Escribimos esto una semana después de la vuelta a Ucrania de Vikka y Zoriona, las dos
hermanas de 7 y 8 años que han pasado con nosotros 11 semanas este verano de 2015. Y lo
hacemos así porque creemos que ha sido bueno reposar la experiencia para poder valorarla y
transmitir mejor a otras familias lo que conlleva.
La gestión de expectativas es básica en estos casos y, aunque cada acogida es diferente
–porque cada niño que es acogido lo es, como lo es cada familia que acoge- quizás lo que
nosotros vivimos pueda servir a alguien.
Primero os contaremos cómo son Vikka y Zoriona, porque eso es lo más importante. Toda
acogida temporal implica el descubrimiento de una personita y sus circunstancias.
Vikka, la hermana pequeña, pero la más grande en tamaño, es activa, gimnasta –sería una
estupenda bailarina-, no le gustan las matemáticas ni el colegio, y es amante de los animales
hasta extremos insospechados: llora por una lagartija que se ha escapado, por un gatito que
tenemos que devolver a su madre, etc. Es también valiente y hasta temeraria. Conviene no
darle la espalda: puede probar la caca de un conejo a ver a que sabe o lanzarse cuesta abajo en
la bici sin casco y montada a lo amazona y saltar en marcha. Antes le dolían los dientes, ahora
ya no. 13 visitas al dentista, 8 extracciones y 6 empastes gracias a la Clínica Odontológica
Universitaria de la Universidad Alfonso X El Sabio han hecho el milagro. Ahora sonríe ya
confiada y, sobre todo, sana.
Zoriona, la hermana mayor, pero menudita –talla 5 incluso 4 a pesar de sus 8 años-, es más
seria. Puede castigarte con su silencio si está enfadada por algo y estar así horas. También es
una experta haciendo que su hermana sea la que dé la cara. Disfruta aprendiendo, es
femenina hasta decir basta, ordenadita si se lo pides, se hace unos peinados ella sola que ni
Llongueras en su mejor época. Comía poquito cuando llegó a casa en comparación a su
hermana –pensamos que era el clásico caso de pollito grande y pollito chico en un mismo
nido, siempre el más rápido come más y engorda mientras el otro se queda flaco-, pero
rápidamente nos demostró que ella podía comer tanto como su hermana.
¿Qué esperar cuándo vas a acoger temporalmente en tu casa a 2 hermanas ucranianas? Aquí
van nuestras conclusiones por si sirven a alguien.
1. El idioma es una dificultad añadida, no insalvable, pero real y, a veces, una barrera
importante. La asociación te ofrece ayuda con traductores con quienes puedes
comunicarte y que te apoyan, pero hay días y momentos donde la falta de un idioma
común te hace desesperar. Por ejemplo, en un dentista tras 4 visitas en las que una
niña no entiende y no se deja hacer: estuvimos literalmente a punto de tirar la toalla.
2. Cada niño es un mundo diferente. Los niños ucranianos comparten algunos modos
culturales: son afectivamente más fríos, están acostumbrados a expresar menos lo que
sienten, son “sufridos” por las circunstancias en las que viven… Y, con todo, pueden
ser muy diversos en sus reacciones y en su “encaje” aún temporal en la familia que
acoge. Las nuestras no nos llamaron por nuestros nombres de pila hasta la octava
semana, ni nos dieron un beso jamás, ni tampoco un abrazo. Esto para familias
“latinas”, donde nos gritamos, pero también nos achuchamos, puede ser chocante,
pero hay que saber llevarlo sin darle más importancia.
3. Los niños pueden sentirse “desbordados” –y gestionar mal este desbordamiento- por
el choque que supone pasar de lo poco que tienen en Ucrania a este mundo de
consumo y posibilidades, con muchas cosas, a veces, con perdón, demasiadas. Y en
este sentido conviene tener mucho cuidado. Cada familia de acogida es, también, un
mundo en cuanto al modo de abordar esto. Nosotros cometimos errores con Vikka y
Zoriona en este ámbito y acertamos también en algunos casos. Acertamos cuando no
les dimos ni una chuchería desde el inicio, cuando no toleramos ni una sola bobada
con “no me gusta”. Comieron así de todo desde el principio, tanto por la ausencia de
“golosinas” –el azúcar en exceso es el alimento de los pobres y de los mal alimentados-
como porque no cabía levantarse de la mesa sin acabar lo que se pone en el plato. Nos
equivocamos en cambio cuando les compramos una bicicleta a cada una demasiado
pronto, o ropa que apenas se pusieron o alguna Barbie que quedó pronto relegada. Es
natural que las familias a veces queramos darles cosas que no tienen, pero es un error
garrafal –como puede pasar con los hijos- darles cosas que no hacen sino abrumarles
o, en su caso, alentar que no las aprecien, que pasen de ellas, que acaparen o, peor:
que lleguen a identificar el cariño (o nuestro papel como familia de acogida) con lo
material.
4. Acoger implica tiempo, dinero y una gestión de emociones y relaciones que puede ser
complicada. Todo esto hay que tenerlo en cuenta. Tiempo: más allá de acoger a un
niño en casa 11 semanas, hay que llevarles al médico, quizás al dentista, y el verano
–como ya saben todos los padres- es un periodo largo donde los niños deben estar
ocupados. Vikka y Zoriona fueron algunas semanas a un campamento urbano, tuvieron
también un profesor de matemáticas –que Zoriona disfrutaba y que Vikka llevaba a
rastras-, fuimos una semana a la playa, un par de veces al cine, les enseñamos a
montar en bici, a nadar, a hacer punto y a cocinar algo. Compatibilizar todo esto con el
trabajo de dos adultos y sus responsabilidades laborales no fue fácil. Y en cuanto al
dinero, es otro tema a tener en cuenta: no es solo el viaje que se les paga, sino todo lo
que conlleva su estancia (en nuestro caso, dentista, ropa de verano y luego todo el
equipamiento de 2 niñas para el duro invierno ucraniano). La gestión emocional no se
queda a la zaga y es una prueba personal, conyugal y como familia. Nuestros hijos, ya
veinteañeros, han tenido también que adaptarse aunque no vivan de modo
permanente en nuestra casa y lo han hecho fenomenal, han demostrado una madurez
que no siempre es fácil. Vikka y Zoriona les adoraban. También ha sido estupendo
contar con amigos y familia que nos han apoyado en todo esto. Acoger implica dar,
más bien darse, sin esperar nada a cambio, de verdad, de corazón. Los niños bastante
tienen con gestionar 11 semanas en un país totalmente extraño y volver luego a
Ucrania así como sus propias circunstancias personales que les acompañan y que
pueden ser duras.
Nuestra experiencia ha sido estupenda y también agotadora. Nos gustaría poder repetirla el
próximo verano y, como creyentes que somos, rezarlo más para saber cómo hacerlo mejor.
Estamos muy agradecidos tanto a Ven con nosotros como a la madre de Vikka y Zoriona,
Natasha, que se ha separado de sus dos niñas todo un verano confiándonos a sus hijas, un
ejemplo de generosidad impresionante. Y echamos mucho de menos a nuestras nietas
ucranianas.
Aurora Pimerntel @AuroraPimentel